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Para alguien que no hubiera presenciado el partido del pasado domingo en Vallecas, le resultaría relativamente sencillo rescatar lo positivo del resultado y evitar entrar en otro tipo de valoraciones. Pero este recurso no está autorizado para aquellos que sí asistieron a lo que sucedió. Ni un empate lejos de casa puede salvar, bajo ningún concepto, el dislate que la Real escenificó en la segunda mitad. Las imágenes repetidas de los futbolistas discutiendo entre ellos, intentando poner orden y sentido a una situación que parecía, por momentos, absolutamente fuera de control, hacían daño al espectador realzale.
Después de una primera parte en la que la Real supo hacerle la vida difícil a un Rayo, llegó el segundo acto de la función, y la oscuridad más absoluta. Las ideas desaparecieron como por arte de ensalmo, y las más densas tinieblas cubrieron el nuevo escenario.
Imanol se desgañitaba, intentando hacerse oír por los suyos sin éxito alguno. Decidió, cada vez que la situación lo propiciaba, ir llamando a capítulo a todos sus pupilos, impartiendo constantes órdenes, que intuíamos correcciones, pero que en última instancia no tenían repercusión alguna sobre el césped.
Los futbolistas de la Real parecían haber perdido la orientación y miraban al que tenían más próximo en procura de esa luz que iluminara de nuevo los pasillos hacia él área rival. Pero nada, lejos de mejorar, la situación empeora a cada minuto que pasaba. Pocas veces, por no decir nunca, habíamos visto al grupo de Imanol tan aturdido, tan perdido sobre el campo. Al punto de que el propio entrenador admitió que sus propias decisiones, tal vez, habían contribuido a acrecentar la confusión entre los suyos.
Ha sonado la campana, ha llegado la hora de la verdad, ya no hay margen apenas para el error, y cualquier desliz se puede pagar muy caro. Restan cuatro jornadas para que podamos hacer un balance definitivo de la temporada, y la Real las afronta con algunas certezas y con alguna que otra duda. Entre las primeras, la seguridad de que el equipo va a estar ahí, más o menos donde se le esperaba, luchando por algo bonito. Entre las segundas, los recelos que produce el rendimiento de algunos jugadores cardinales en esta plantilla. Tal es el caso de Merino, del que todos sabemos que no se encuentra ni cerca de su mejor condición física, a pesar de lo cual sigue ofreciéndose jornada tras jornada para la batalla. O el de Isak y Portu, cuyo déficit realizador a día de hoy es alarmante, al punto de que el equipo se ha visto obligado a modificar su registro para compensar esas carencias. Eso ha incrementado el protagonismo de hombres de la defensa, como Remiro, que está finalizando realmente bien, un reivindicado, justo a tiempo, Diego Rico, y un inconmensurable Le Normand, el futbolista de la temporada. A un suspiro del desenlace final, tengo buenas noticias... Y otras que no lo son tanto.
Comanda el ranking de titularidades en la Real con 45, muy por delante de sus más inmediatos perseguidores, Remiro y Merino, con 38. Es el futbolista con una progresión más evidente, y con margen aún de avance. El francés Le Normand es, tanto por su forma de interpretar el fútbol como por su manera de ser, ‘Robin Le Basque’.
El domingo en Vallecas se pusieron de manifiesto dos hechos: Merino está físicamente pidiendo a gritos un descanso; su grado de compromiso con el equipo y la importancia que para el entrenador tiene, lo convierten en imprescindible, aunque juegue disminuido. Que esto termine pronto y el peaje a pagar por el navarro sea el menor posible.
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